Filosofando

Cuando llegamos a las medianidades de la edad, comenzamos a filosofar sobre la vida, la familia, nos importa más los nuestros y en esa medida aprendemos a entender más a nuestros padres, miramos con ojos maduros, con un corazón mas sensible y un nostalgia que golpea a instantes. Esa melancolía reflexiva nos inunda el pensamiento y empezamos a sacar cuentas, a recordar, a analizar cada etapa vivida y tomamos conciencia de las vivencias. Es como si de repente empezáramos a entender un poco porque estamos aquí, balanceamos entre lo pasado y lo futuro, realizamos cálculos, y comparamos, lo de antes era tan distinto, nos ponemos nostálgicos, vienen a través del flashback tantos recuerdos, y miramos al presente y nos retratamos de igual manera en nuestros hijos y nos preguntamos: ¿Me recordarán? ¿Estarán pendientes siempre allí? ¿Me olvidarán? Nada más horrible que la soledad y el olvido, la indiferencia, la ausencia de afecto, el posponer y posponer… Hay que sembrar a lo largo de nuestra vida para luego recoger la dulce cosecha. Muchas veces nos alejamos tanto de lo que más queremos por evitar responsabilidades, por no afrontar errores, por no querer escuchar reclamos, evadimos nuestros propios fantasmas y nos escondemos en nuestra propia soledad, esa que vamos construyendo con nuestros olvidos y errores. Transcurre nuestra vida bajo excusas de la falta de tiempo, de aplazamientos y nos acorta la ocasión de tener el valor de aceptar y de enmendar…Pero no hay nada más cierto que no se puede escarmentar en cabeza ajena, debemos en carne propia cometer nuestros propios errores y tener la claridad para resolverlos

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