SOBERBIA



No se trata del orgullo de lo que tú eres, sino el menosprecio de lo que es el otro, de no reconocer al otro. De cierta forma viene siendo un elemento de vulnerabilidad para el ser humano, que cree que domina una situación y en realidad es todo lo contrario. La soberbia representa un claro ejemplo de inseguridad del individuo frente a determinadas cosas de la vida. Y ello imposibilita la armonía y la convivencia dentro de los ideales humanos. Porque si bien es cierto que nuestros destinos son enormemente semejantes: ya que todos nacemos, morimos, compartimos necesidades, frustraciones, ilusiones y alegrías. Y de allí que alguien se  considere al margen de lo que somos, de la misma humanidad o por encima de ella, que sienta desprecio hacia los demás y que niegue la vinculación solidaria con los otros, tiene allí un gran problema. Decía Nicolás Maquiavelo que la naturaleza de los hombres soberbios y viles es mostrarse insolentes en la prosperidad y abyectos y humildes en la adversidad. La soberbia es la excelencia arrojada a la cara del otro. Hay una soberbia que esconde sus propias flaquezas, que adorna con logros y se permite despreciar al más débil por no haber sido heroico. Toda civilización  se ha hecho sobre algún crimen o sobre varios. Un ejemplo histórico de soberbia y poder lo dio Napoleón Bonaparte cuando logró que el propio papa Pío VII se trasladara a París para coronarlo en la catedral de Notre  Dame. En la ceremonia Napoleón tomó la corona y se invistió a si mismo con los símbolos imperiales, mostrándose así por encima de todos los presentes, incluso del mismo representante de Dios en la tierra.

"Cuando yo me considero a mí mismo, no soy nada; cuando me comparo, valgo bastante"

(San Agustín - Confesiones)


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