22 de Julio negro


Noruega posee la particularidad como la mayoria de los países nórdicos de la tranquilidad que se respira en sus calles. No es sólo orden: es un ritmo pausado, relajado, como si nadie tuviera apuro, como diciendo: la vida es algo que hay que disfrutar. A lo largo de los 150 kilómetros del fiordo de Oslo, desde Copenhague, se abre la invitación a la contemplación, a la búsqueda interior, a la paz. Pero abruptamente el viernes del 22 de Julio de 2011 en la isla de Atoya, un noruego nativo denominado fundamentalista cristiano irrumpió esa paz y disparó contra humanidad de los jóvenes en un campamento laborista alrededor de hora y media, produciendo al menos 85 muertes. La matanza, calificada por voceros del país, como "tragedia nacional" suscitó una ola de indignación y de compasión en el mundo, que comenzó el viernes a media tarde con un atentado con coche bomba en el corazón del barrio de los ministerios en Oslo, que dejó siete muertos y nueve heridos graves. El noruego plasmó en un documento previo a la masacre, su creencia en "el uso del terrorismo como un medio para despertar a las masas" y tenía la esperanza de ser visto “como el mayor monstruo desde la Segunda Guerra Mundial”. Con tristeza, impotencia y a la vez resulta toda una paradoja, que siendo Noruega sede de los premios Nobel de la Paz, ocurran este tipo de desgracias, de hechos repudiados por la comunidad internacional, y que son producto de ese horrible flagelo del terrorismo, que se aun se mantiene latente, alimentado por la intolerancia y la violencia de grupos extremistas diseminados por el mundo.

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