EL ALEPH :TODO EN UNO Y DEL UNO CON TODO
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El Alef o aleph, es la primera letra del alfabeto hebreo. Borges afirmó que era " Uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos". Todo sucede al instante, todo el universo se refleja en El Aleph y El Aleph en todo el universo. El cuento "El Aleph" ha alcanzado internacionalmente un nivel
simbólico, casi emblemático de Borges. El porqué de tal fascinación es,
sin duda, a la vez que un enigma cautivante, un interrogante abierto.Aleph, místico encuentro del Todo en Uno y
del Uno con Todo. Tiempo y espacio en Un presente. El Todo, en un
indiscriminado vértigo sincrónico, parece haber ofuscado desde siempre la
mente humana. Tal vez, porque detrás se ocultan las angustias modestas y
cotidianas de la impotencia del hombre, criatura y creador de Dios. A través de esa primera letra del alfabeto hebreo, Borges se asoma al
origen. A la creación. Y por eso, una vez más, al Secreto. Ese ritual que a
los sectarios del F énix permite concebir y así, crear. Sabemos que él se lamenta de no
pertenecer... pero sublimación mediante, lo logra en la plenitud de algún Aleph.En la soledad de un sótano y en un pequeñísimo espejo, Borges puede,
casi ciego, observarse observando. Aventurero de lo desconocido, accede de
esta forma a constituirse en der dichter, el Creador. ¿Dios? "En
la más ínfima de las sustancias, ojos tan penetrantes como los de Dios,
pueden leer el curso total del universo" (Leibnitz). Borges insiste:
"Un dios, reflexion , que solo debe decir una palabra y en esa palabra la
plenitud. Ninguna voz articulada por él puede ser inferior al universo o
menos que la suma del tiempo". A continuación un fragmento de esta obra maravillosa de Jorge Luis Borges:
“El
diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio
cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del
espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde
todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la
tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el
centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi
interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi
todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio
de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el
zaguán de una casa en Frey Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de
metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de
sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la
violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer de pecho, vi un
círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una
quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio,
la de Philemont Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de
chico yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no
se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el
día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el
color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un
gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo
multiplicaban sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa
del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osadura de una mano, vi a los
sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un
escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de
unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos,
bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la
tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la
letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que
Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la
Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido
Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi propia sangre, vi el engranaje
del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los
puntos, vi en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara,
y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto
secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún
hombre ha mirado: el inconcebible universo.”
ISABEL VIRGINIA CHIRINOS FLORES
15/12/2013
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