"Nos insultamos en lugar de leernos" - Entrevista a Leonardo Padrón por Letralia 211
Entrevistas
Leonardo Padrón
“Nos insultamos en lugar de leernos”
Un libro sacude a los lectores venezolanos: El amor tóxico, donde el exilio afectivo sigue siendo un hombre de la gran ciudad atorado en el corsé del derrumbe, mirado por un ojo entre “pálpitos y ciénagas”.“Antes ni sabía ni me importaba si tal o cual poeta era adeco, copeyano o comunista. Lo importante era leer al poeta, no su virulencia política”.
Imágenes, relámpagos de imágenes. Libros, páginas y más páginas
donde la poesía crea nuevas calles, nuevas sombras bajo los árboles
frente a la inesperada reacción de un edificio por años en silencio. La
ciudad —entonces— ha sido relevada del cargo: no es la misma, ha
cambiado de rostro para seguir igual en el altar de la zozobra. Los
pequeños seres que la habitan se tropiezan con ellos mismos e inventan
maldiciones y calumnias. Puñetazos verbales anidan el presente nacional,
se arraigan en el aliviadero de un país dividido.
Imágenes, el asfalto y las ruedas del universo en una ciudad que
como Caracas también lleva en su vientre mujeres y amores, dolores,
odios, abandonos y ventanas. Imágenes que pertenecen en su más amorosa o
brutal presencia a quienes se destrozan o desvanecen frente a una
vitrina de derrotas.
De ese lugar, de esas y otras imágenes, vienen los poemarios Balada, Tatuaje y Boulevard, y ahora, El amor tóxico (bid & co. editor, Colección Poetas del Hispanomundo, Caracas, 2005), recientemente presentado en Maracay.
Una cuota de abismo
—¿Qué es El amor tóxico?
—¿Qué quieres, el libro o su noción?
—La noción.
—Es aquel amor que te vuelve adicto, que te hace militante del
vicio de una piel, de unos ojos, de alguien cuya llegada o partida te
puede devastar el clima de tu vida. Es disfrutar ese amor que te vuelve
los días una subversión, que hace que ese vocablo vapuleado por el
uso, el amor, se convierta en un vocablo riesgoso, peligroso. Es el
amor que te hace vivir con una cuota de abismo.
—En tus libros anteriores, en Balada (“Para qué tanto hablarte / si ya ni me oigo”); en Tatuaje(“Besarla hasta la muerte, / con los dientes tatuados”), y en Boulevard
(“Esa mujer es muy imprecisa”, dijo alguien), la ciudad y la mujer se
confunden, se hacen un mismo cuerpo, una pregunta o afirmación. ¿Qué
hay en El amor tóxico?
—En este libro hay la noción del exilio afectivo, el sentido del
límite; hay el aprendizaje del desarraigo, pero sigue estando la mujer,
la mujer en la ciudad: dos costuras indivisibles en mi poesía.
—¿Esa costura alude el desgarramiento?
—Sí. Una buena dosis de desgarramiento. Estoy de acuerdo con
Unamuno en lo de no entender lo que terminé escribiendo. No sé si soy
asertivo en cuanto a la teorización del poema, es una experiencia en sí
misma.
El país, un carro sin freno
—¿Cómo cantarle hoy a un país desmembrado, oscuro como el que tenemos? Nos vemos en un poema de Boulevard: “Lo que más seduce de una ciudad es que en ella la humanidad produce el más alto de sus espectáculos”. ¿Por dónde va el país?
—El país va por el canal rápido, sin frenos y en bajada, cercano a
ese lugar que conocemos como Tazón. El país parece una cuenta
regresiva. Estamos en un estado de zozobra donde saltan conejos de la
chistera, conejos amargos. Es un momento históricamente decisivo en que
la indiferencia es un pecado. La palabra ciudadano exige la
mayor de las vigilias. Debemos reemprender el concepto de patria, toda
vez que se ha hecho abuso de ese concepto. Lo peor que nos puede pasar
es hacernos los locos, bajar la cabeza resignados. Eso está prohibido.
—¿Qué se impone para evitar el choque?
—Leer los signos de estos aires, apostar a la reconstrucción del
país. Debemos recuperar el país amoroso. Me duele el tiempo verbal en
que lo conjugo. Necesitamos crear respuestas.
—¿Cómo siente Leonardo Padrón a los poetas en estos tiempos de locura abismal?
—Por primera vez siento que la poesía se ha confundido con el
detritus de la política. Antes ni sabía ni me importaba si tal o cual
poeta era adeco, copeyano o comunista, porque lo importante era leer al
poeta, no su virulencia política, del lado en que estuviera. Eso
calibra la temperatura a la que están llegando las cosas. La zanja habla
muy mal de nuestros asuntos. He tenido que vivir —en días recientes—
el bochorno de veladas ensombrecidas por la descalificación política.
—Nunca imaginamos este paisaje.
—Jamás me imaginé este escenario. Ahora nos insultamos en lugar de leernos.
—Adriano González León, en entrevista con Milagros Socorro,
habló del papel de los intelectuales y del sentido de la libertad del
venezolano, también tocó amores rotos entre los poetas y creadores,
pero dejó un hueco para el optimismo...
—Mira, Alberto, si me apuras, diría que se trata de un exceso de
optimismo. Yo creo en nuestra cédula de identidad, en la huella
digital. Por supuesto, queremos llegar a la cualidad del abrazo. Llegar
al estadio, gritarnos por las preferencias de nuestros peloteros y
terminar luego en una arepera celebrando la fiesta.
—Pero la fiesta se acabó, como dice Serrat...
—Alguien desenchufó la música y se acabó la fiesta. Hay que
apostar de una manera proactiva para regresar al afecto. El proceso es
lento. Tenemos unos cuantos días de neblina por delante.
Coda: Pasados varios aguaceros, el tiempo
continúa su hora menguada. No ha cambiado nada desde la primera hojeada
del libro que nos ocupa. El país es la misma nata. Por esa razón, la
vigencia de la entrevista
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