Desesperanza de Antonio López Ortega
Algo se quiebra en nuestra esencia, en nuestros principios fundacionales, en nuestra constitución como nación. Podría ser el sentimiento dominante de estos últimos tiempos, tanto para los que algo tienen como para los que tienen poco. Un sentimiento de futuro clausurado, de país que se va a la ruina, de espacio donde la vida se degrada hasta lo indecible. Asistimos a un desfile fúnebre, donde las cohortes marchan con fanfarria mientras nos conducen al abismo. Es una situación de impotencia extrema, donde el error y la mediocridad, por no decir el desamor, campean como los principales atributos. No se distinguen dentro del atropello generalizado signos de nuestra tradición histórica o de nuestro decurso cultural. Se diría que el país se ha vuelto extraño a sí mismo, como quien contrae signos esquizoides lentamente. Médicos anestesistas se van a España, profesionales de la computación se dejan tentar por ofertas multinacionales, ejecutivos de empresas se mudan a Colombia. No hay pareja recién casada o profesional universitario recién graduado que no vislumbre su vida en otra parte. Verdadero mecanismo de extracción, las instituciones nacionales invierten en capital humano para que luego otras sociedades o culturas se queden con esa inversión. Pero no se crea que el sentimiento sólo arropa a las clases medias o profesionales; también las empresas cierran y migran, también los puestos de trabajo se esfuman, también la interconectividad institucional se degrada. No se diga de sectores sociales completos, como el cultural, el de las organizaciones sociales o el de la justicia, cuyos profesionales andan a la desbandada, sin oportunidades ni instituciones que los acojan. Las clases más humildes dan la vuelta a la noria de las promesas incumplidas, de las políticas públicas que nunca llegan, estafadas o engañadas sistemáticamente, mientras los fondos se desvían para beneficio de algunos pocos.
Se entiende mal que un país con tanto potencial se sumerja en el desvarío y la inconsistencia, que desprecie a sus propios hijos, que finalmente no se conciba a sí mismo como un esfuerzo colectivo sino como una suma incompleta de individualidades. País de mineros, con oleadas que entran y salen según la riqueza de turno, o con administraciones que no dejan nada sembrado, salvo el despilfarro y el desprecio por el bien público. Algo se quiebra en nuestra esencia, en nuestros principios fundacionales, en nuestra constitución como nación. Algo se fractura en nuestro liderazgo, incapaz de relanzar el país hacia los retos del futuro, enamorado de ideas muertas o anacrónicas, ignorante de qué es lo que nos determina como cultura o como apuesta en el tiempo. La hora es aciaga porque no se ven reacciones, porque el epitafio parece cantado, porque nadie levanta cabeza en medio de la marcha fúnebre a la que todos nos acostumbramos. El poeta colombiano Álvaro Mutis veía en la noción de desesperanza una definición de la existencia misma. Para él, la vida es una situación transitoria, en la que no valen ninguno de los afanes humanos, pues a la vuelta de la esquina la muerte lo disuelve todo. Estadio sombrío para quien ha llevado el verso a instancias sonoras admirables, Mutis reconocía sin embargo que la comunicación o la convivencia con otros seres es lo que nos permite trascender más allá de las limitaciones. No creo que debamos desear para una sociedad en formación complejidades filosóficas de este calibre, pero al menos sí podríamos admitir que la falta de amor por un proyecto nacional, o por los desheredados, o por quienes dejamos en este mundo cuando desaparecemos, es una constante de los dirigentes que nos gobiernan. Oponerse a este estado de opresión, o a ese credo de conducción, procurando el bien público, la armonía social, el crecimiento o la conquista del futuro, debería ser materia obligante de nuestra reconstitución como sociedad.
Antonio López Ortega
Narrador, ensayista y promotor cultural. Ha publicado los libros de narraciones breves Naturalezas menores, Lunar, Río de sangre, Fractura y otros relatos, Indio desnudo; la novela Ajena; y los libros de ensayo El camino de la alteridad y Discurso del subsuelo. Fue compilador de la antología de nuevo cuento venezolano Las voces secretas y coautor de la antología de cuento venezolano del siglo XX La vasta brevedad. Es columnista de El Nacional
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