¿Qué es ser liberal? / Por Kart Popper

Nota inédita del filósofo austriaco (1972), entre las recogidas en 'Después de la sociedad abierta' (Paidós), recientemente aparecido en Colombia.
Si bien me opongo, por motivos de orden lógico que expliqué en el libro que escribí sobre la sociedad abierta, a las preguntas que se interesan por "qué es" una cosa, estoy dispuesto a dar respuesta a mi propia manera a estas preguntas. Al igual que, por fortuna, les sucede a otros muchos, soy un defensor apasionado de la libertad y la tolerancia, y más en concreto de la libertad individual y de la tolerancia de las diferencias individuales. Considero que la libertad es uno de los valores más grandes e importantes de la vida humana, un valor que siempre se ha visto expuesto a graves peligros y aún lo sigue estando. En consecuencia, me siento en la obligación de decir algunas cosas sobre las nuevas amenazas contra la libertad.
Los problemas fundamentales de nuestro tiempo son la explosión demográfica y la contaminación de las tierras y los mares por los productos de la industria. Se trata de problemas que sólo pueden resolverse a través de la cooperación entre científicos, ingenieros y hombres de la vida pública, puesto que una solución requerirá informar y formar a toda la población. Si queremos que nuestros nietos -en el plazo de treinta o cuarenta años- tengan un espacio en el que vivir y respirar, además de cierto grado de libertad, debemos intentar detener el crecimiento demográfico. Pero todas las medidas políticas y legislativas que se toman en esta dirección constituyen un peligro muy grave para la libertad humana. Por tanto, es importante, ahora mucho más que nunca antes, hacer todo lo que podamos para conseguir a través de la información y la formación de la población aquello que, de otro modo, quizá dentro de veinte años se intente conseguir por medio del empleo de medidas coercitivas que están abocadas al fracaso.
Nunca me ha preocupado tanto la libertad humana como en el presente. Considero una obligación hacer hincapié en los enormes peligros que amenazan a nuestros hijos y nietos, peligros que surgen de la creciente sobrepoblación y de la contaminación de los ríos, los lagos y mares, del agua que bebemos y del aire que respiramos. Se trata de peligros que apenas cabe sobrestimar.
La única posibilidad de salvarnos es que todos nosotros, y muy en especial los científicos y los técnicos, aprendamos a aceptar que la obligación de salvar nuestra hermosa Tierra y mantenerla tan pura y limpia como las casas en las que vivimos es nuestra tarea primordial. Asimismo, debemos aprender a reducir el número de hijos que tenemos tanto como sea posible. Al mismo tiempo, debemos hacerlo todo a fin de que alcancemos estas metas tan importantes de una forma voluntaria y sin que se impongan restricciones a la libertad humana.
A todas luces nos enfrentamos a un problema extraordinariamente difícil; y de su solución depende que sobre esta Tierra vivan personas libres o no.
Que debemos también esforzarnos por conseguir el desarme es algo obvio. Pero el hecho de que los gobiernos -pese a las ventajas consistentes en pequeños números de individuos bastante inteligentes- hayan sido incapaces de lograr el desarme no hace más que ilustrar la dificultad que supondrá movilizar al público general en la lucha contra el crecimiento demográfico.
El problema de la explosión demográfica y la contaminación de nuestra hermosa Tierra es más importante que todos los demás problemas sociales y políticos; en realidad, abarca todos estos otros problemas. Si no somos capaces de detener el crecimiento demográfico, nuestros hijos y nietos perecerán no sólo de hambre y privación, sino también a causa de la guerra.
Para evitar que esto suceda, debemos ponernos en guardia ante todo contra cualquier forma de pesimismo. Los problemas son resolubles, pero solo con la ayuda de la ciencia. Debemos aferrarnos a la convicción de que podemos resolver estos problemas y de que los resolveremos sin privar a los seres humanos de su libertad.

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