LA HUMANIDAD VISTA DESDE "EL PRINCIPITO"
El pasado mes de diciembre El Principito, cumplió 70 años de su aparición en el mundo, es la obra literaria más traducida del siglo XX -a 257
lenguas-, y su autor la publicó en Nueva York, el 6 de abril de 1943, en
una doble edición: traducida al inglés y en el original francés. En este bello libro se muestran metáforas, paradojas y excepcionales
paradojas metafóricas. Todo ello hace que su lectura sea interpretada y
potencialmente interpretable de múltiples formas, lo cual la
hace de interés ilimitado, de infinita riqueza. Es quizás la identificación con su propio "yo" de una manera dualista, ya que se vislumbra a través de sus hojas, al niño y al adulto. Antoine de Saint-Exupéry parecía no ser felíz, y cuando escribía a sus
amigos largas cartas en cuyos márgenes o reversos dibujaba a un
hombrecito rubio, primero con alas, luego con bufanda, una especie de
álter ego infantil, de cabello alborotado, que le permitía expresar
cosas que a su personaje de afamado escritor y aviador adulto le hubiera
costado decir. Algunos de esos amigos le animaron a que, un día, diera
vida propia a ese muchachito, y que al final ese dibujo al margen acabaría siendo El Principito . En New York se sentía profundamente aislado y vulnerable: su vida conyugal era
inestable, no tenía noticias sobre su familia, su país -que simbolizaba
los ideales de libertad y de una cultura emancipadora- estaba ocupado
por los alemanes, y él, que no hablaba ni una palabra de inglés, no se
adaptaba al estilo de vida de Estados Unidos, paradigma de los valores
utilitarios del capitalismo. Encima, los exiliados franceses le
calumniaron lanzándole acusaciones de colaboracionismo con el gobierno
de Vichy. "Antoine se refugió en la pureza del Principito porque no podía
aferrarse a un hombre, De Gaulle". "Es muy curiosa la desesperación.
Necesito renacer", escribe él.Y renacer significaba recuperar al
niño que llevaba en su interior. La angustia de Saint-Exupéry
contrastaba con que era visto por los norteamericanos como un triunfador
y un héroe: hizo cinco vuelos de ida y vuelta entre los dos
continentes. El origen del libro se sitúa en el accidente que sufrió en el
desierto de Libia, en diciembre de 1935, y su consiguiente larga
errancia por las dunas, con alucinaciones visuales y auditivas
provocadas por la sed que le hicieron entablar un diálogo entre sus dos
yo: el que cree que no hay esperanza y el que la tiene, el que razona y
el que imagina. Según escribió en sus memorias, sólo tenía, para
alimentarse -junto a su compañero André Prevot-, uvas, dos naranjas y un
poco de vino. La deshidratación les hizo dejar de transpirar al tercer
día, aseguraba. Al final, les rescató un beduino a camello. De
hecho, la obra empieza, como es sabido, con un aviador accidentado en el
desierto que se encuentra al misterioso principito; un dibujo
finalmente no incluido en la novela muestra al martillo del aviador en
plena reparación, con una mano del hombre, que se adivina en la posición
del dibujante. Cuando, en el libro, el Principito comprende que el lazo que se ha
creado entre la rosa y él es único, dice: "Hay una flor, creo que me ha
domesticado". Esa flor encarna el amor, sus alegrías y sufrimientos, y
es una referencia del hogar que, en la agitada vida de los hombres,
invita al retorno. Las infidelidades, que tanto prodigaba Saint-Exupéry,
son el campo repleto de flores que el Principito se encuentra en la
Tierra, y que al principio observa fascinado aunque al final se da
cuenta de que con la única rosa de su planeta tiene unos lazos únicos.
Delphine Lacroix asegura en el libro que "la pareja (Antoine y Consuelo)
reconcilió su complicada vida a través de este cuento para niños". Los viajes del Principito a otros planetas reflejan las ideas que tenía
el autor sobre la humanidad. Primero, visita varios planetas habitados
por un único ser, con "hombres convertidos en islotes", escribe en sus
cuadernos, donde "las relaciones humanas se empobrecen": hay un rey que
quiere ejercer el poder, un vanidoso que solo aspira a recibir elogios,
un borracho que bebe para olvidar la vergüenza que siente por beber, un
hombre de negocios que sueña que posee todas las estrellas, un farolero
que sigue continuamente una consigna absurda... Y, ya en la Tierra,
aparecerá un guardagujas o un "mercader de píldoras", que representan,
en palabras de Lacroix, "el absurdo de la condición humana, sumisa al
progreso tecnológico y al desarrollo de la civilización". En 1944, el
autor se pregunta: "¿Qué quedará de nuestra civilización, donde lo
espiritual ha sido masacrado? ¿Qué quedará de nosotros si no sabemos
alzar nuestro entusiasmo más allá de los monstruos de la mecánica,
resultado del cerebro de nuestros ingenieros? Eso es, parece, la
civilización. Esta civilización es idiota". Le Petit Prince es quizá uno de los libros más
influyentes de la civilización, que sigue sumando lectores conforme pasa
el tiempo, pues es de una hondura abismal, donde el
amor, la amistad, el engaño, la infidelidad, la idea de trascender, la
experiencia del viaje y la permanente presencia de la muerte conmueven a
muchos al punto de convertir este texto en un icono de culto...
ISABEL VIRGINIA CHIRINOS FLORES
09/01/2014
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